lunes, 28 de noviembre de 2011

Auge y caída de Gregor Samsa, tragedia en cuatro rollos, o Un monstruo de la interpretación

Rollo 1
El cíclope volvió a meter la mano en la gruta todavía relamiéndose tras comerse al primer marinero. “¡Corten!”, vociferó el director al ver cómo Polifemo sacaba entonces un bicharraco con antenas que movía las patitas espasmódicamente. “Alguien tendrá que responder de la elección de los figurantes”, observó un cámara.

Rollo 2
Poirot los convocó para anunciar el nombre del asesino. Betsy sonrió nerviosa; Ferguson, detrás del mueble-bar, carraspeó. “¡Corten!”, gritó furioso el director que acababa de rodar La odisea al comprobar que el interés por la inminente revelación había atraído hasta el centro del salón al monstruoso (y omnipresente) figurante.

Rollo 3
El director se aseguró de que el engendro no se hubiese colado entre los extras del rodaje. Gritó entonces el consabido “¡luces, cámara…!”. Pero el plató siguió a oscuras. “¡Luces!”, repitió molesto. Y al girarse descubrió al pobre Samsa, hechas las patitas un lío, tratando de encender el foco.

Rollo 4
“Otro whisky, Lou”. Evocaba sus inicios como figurante. También el éxito. Fiestas, portadas compartidas con la Pickford, luces de neón. “Hasta la llegada del maldito sonoro”, masculló antes de caer del taburete, borracho perdido. Fairbanks rió al verlo agitar las patitas. “¡Corten! ¡Buena toma, Gregor!”

viernes, 25 de noviembre de 2011

Otros autores: dos micros sospechosamente parecidos

Me salto el propósito inicial de Grimas y leyendas, el de ir colgando textos propios ya publicados en otros lugares, para presentaros dos microrrelatos cuyo parecido descubrí por casualidad. Sorprendente, ¿verdad?

LA CAJERA

Le cobran en aquella fila de la izquierda, si no le importa. Cuando llega mi turno, la cajera se pone colorada. Me cobra el paquete de chicles mientras me sonríe tímidamente. Todas las mañanas voy al supermercado sólo para verla. Desde que tengo turno de noche apenas coincidimos en casa.

(Carballo Rubira, Cristina. "La cajera", microrrelato ganador de la semana 15 de Relatos en Cadena de la Cadena SER. Febrero 2011. Consultable en: http://www.escueladeescritores.com/relatos-en-cadena-2011)

LA TAQUILLERA

Le cobran en aquella fila de la izquierda, si no le importa. Cuando llega mi turno, la taquillera se pone colorada. Me cobra la entrada mientras me sonríe de forma tímida. Todas las tardes voy al cine del barrio solo para verla. Esta semana echan la última de Scorsese, una auténtica obra de arte según coinciden los críticos, pero eso es lo de menos. Y es que desde que tengo turno de noche apenas coincidimos en casa.


(Ramos de los Santos, Javier. "La taquillera", en Deseos humanos : microrrelatos de cine. Vigo : Cardeñoso, 2011)

domingo, 20 de noviembre de 2011

Muerte de Iván Ilich

El criado corrió hasta la habitación de su amo alertado por los gritos. Con la mirada perdida en alguna parte del cuarto, Tolstoi respiraba agitado sentado en su lecho. Por tercera noche consecutiva Iván Ilich lo había sorprendido durante el sueño, se le había echado encima, sus dedos como garfios habían apretado desesperadamente el cuello del escritor mientras le reprochaba enloquecido la crueldad de su enfermedad, el dolor insufrible, angustioso, el desconsuelo, la impotencia ante la muerte inevitable, la indiferencia de sus seres queridos. Todavía consternado, Tolstoi pidió su batín y se sentó delante del escritorio dispuesto a poner fin al padecimiento de Iván Ilich. El reloj marcaba las tres de la madrugada.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Monstruo de feria

Hacía poco más de dos meses que la Dirección General Penitenciaria me había vendido, con arreglo a la recién dispuesta Ley de Exhibición y Manutención de Reclusos Peligrosos. El contrato establecía que, tras el primer pago, el Estado autorizaba la exhibición en la feria del asesino de las seis viejecitas. En la jaula contigua, un enano vicioso con unos genitales desproporcionados me asqueaba con sus proposiciones repulsivas. Algo más allá, el niño cocodrilo. Un hombre sin brazos ni piernas aseguraba leer el futuro. Dejé de escarbar distraídamente en la paja y clavé los ojos en el homúnculo, que lamía los barrotes mirándome libidinoso. Cuando se encontraron nuestras miradas, mis remotas esperanzas de indulto se desvanecieron para siempre. Supimos que era hombre muerto. Enano muerto.

lunes, 7 de noviembre de 2011

La bondad humana

Utópico convencido, entregado y ferviente defensor de la bondad innata de las personas y de que la cada vez más deshumanizada sociedad todavía tenía remedio, Don Prudencio Osorio Cifuentes se sentó al fin ante su escritorio resuelto a poner en práctica el plan que durante tanto tiempo había estado madurando. Escribió en sendos sobres con pulcra letra redondilla (su exquisita caligrafía había despertado admiración y envidia a partes iguales entre sus compañeros de la escuela, primero, y entre los colegas del bufete, después) los nombres y las direcciones de una señora y de un caballero que previamente había extraído al azar de la guía telefónica y los cerró después de introducir en cada uno de ellos un beso. En días venideros escogería a otras dos personas, luego a otras dos, después a cinco y más tarde a diez, quién sabe si a quince. Sus besos, junto a los de aquellos ciudadanos anónimos que compartían su fe en la bondad humana y su confianza en la supervivencia de la espiritualidad y de valores tan elevados como la fraternidad, ciudadanos que sin duda imitarían su ejemplo, se extenderían por toda la comarca y, en un breve plazo de tiempo, por todo el país.

Cinco días después encontró en el buzón la respuesta de los dos primeros desconocidos. Achacó la respiración dificultosa y las gotas de sudor que perlaban su frente a la excitación o a los nervios aunque ambas cosas bien podrían deberse a que acababa de subir los escalones de casa de dos en dos, algo a lo que no estaba en absoluto acostumbrado. Presa de una gran agitación, Don Prudencio Osorio Cifuentes fue en busca del abrecartas para rasgar cuanto antes aquellos sobres, que se revolvían inquietos en uno de los bolsillos de su chaqueta. El de la dama contenía una sonora bofetada que le restalló en la mejilla, por atrevido, y el del caballero un violento puñetazo, por depravado. Don Prudencio Osorio Cifuentes se llevó el pañuelo a la nariz para intentar frenar la hemorragia.