miércoles, 29 de julio de 2015

Las jugadas intermedias, según Pedro Herrero

Un breve apunte sobre el libro "Las jugadas intermedias", de David Vivancos, para opinar que, sin menoscabo de su declarada admiración por el humor de Hector Hugh Munro (Saki), yo lo veo cercano también al universo de otro gran escritor en lengua inglesa: P. G. Wodehouse.

David habla del ajedrez en sus relatos con tanta pasión como Wodehouse lo hace sobre el golf en los suyos: dando entrada sin ningún tipo de pudor a las características y a la nomenclatura propia del juego, y logrando que se integren en la trama como elementos sin los cuales la historia carecería de interés. Con ello, el autor alcanza dos objetivos: complacer al lector entendido en el juego de Reyes, y abrir el apetito al neófito que, no conforme con disfrutar de los relatos, acaso considere la posibilidad de iniciarse en una actividad intelectual tan atractiva y llena de alicientes.

 En este sentido (a la hora de llamar la atención del lector no ilustrado) cabe reseñar que el personaje protagonista de las historias no es un jugador profesional, sino un aficionado ferviente, contumaz, equidistante de quienes conocen las particularidades del juego como de quienes no se han sentado en su vida frente al tablero de 64 casillas. Es a través de ese personaje, de esa mirada ávida de acumular experiencias que sirvan de aprendizaje, como David consigue involucrar a tan amplio espectro de lectores, muchos de los cuales no tendrán más remedio de preguntarse si se hallan frente a un ajedrecista que escribe, o frente a un escritor que juega al ajedrez.

Gracias, Pedro, por la reseña.

jueves, 16 de julio de 2015

Trampas

Ya en el siglo XIII, Alfonso X, llamado el Sabio, señalaba en su notable tratado Libro de ajedrez, dados y tablas la conveniencia de sentar al ajedrecista rival enfrentado al sol, con el objeto de dificultarle la concentración y perjudicar su rendimiento durante la partida. Las fórmulas ilícitas de sacar ventaja han evolucionado hasta el uso actual de dispositivos electrónicos, de los cuales me confieso auténtico analfabeto. Sin desmerecer la vigencia de los consejos del rey castellano ni la eficacia de la aplicación de las nuevas tecnologías al ajedrez, prefiero jugar con los escaques de mi tablero marcados con unas muescas apenas visibles cuyo significado sólo yo conozco. Y con las piezas cargadas, las mías y las del oponente, como se cargan los dados de los casinos, porque me incomoda y me disgusta dejar nada en manos del azar.