domingo, 27 de noviembre de 2016

El patio de luces

Cada mañana me asomo al patio de luces para verlo pasar. Aunque no tenga ropa que tender, cuando son las once y veintiocho, abro la ventana y espero a que salte. Es tan puntual y tan constante. Y educado: el suicida siempre consigue articular algo parecido a un buenos días en el escalofriante alarido que acompaña su trágica caída. Le respondo yo con el mismo saludo y le deseo, todos los días sin excepción, el peor de los aterrizajes. Ya sin ninguna convicción.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Azul

Distingo su silueta sobre la baranda de piedra. Dejo atrás la ropa recién tendida en la azotea. Oigo perfectamente cómo el viento que se ha levantado agita las sábanas húmedas cuando me aproximo a la gaviota. No se espanta. Al contrario. Me observa impertinente y retadora. Dudo unos instantes porque estos bichos siempre me han dado miedo. Las gaviotas y los enanos. Finalmente decido dar el último paso y la gaviota insolente abandona la baranda y se aleja batiendo las alas.

Dejo las pinzas de tender en el suelo. Me acodo y contemplo los bloques de enfrente. Las persianas a medio subir, la cortina que se agita en el balcón entreabierto, la vecina que riega los geranios. El perfil de la ciudad, tan característico, y, detrás, la línea azul oscuro trazada en el horizonte. Los reflejos plateados arrancados por el sol radiante de mediodía. El cielo diáfano. Y el viento, que trae hasta mí el aroma del salitre.

Disfruto de la vista y, sin embargo, la misma ciudad provoca en mí inquietud. El sonido de la hélice de un helicóptero lejano, las sirenas de las ambulancias, abajo, anuncian que algo extraordinario está pasando, ahora mismo, en Madrid.