martes, 3 de enero de 2017

El cazador

Los dos perros brincan, juguetones, a su alrededor y la chica de la mochila verde les dedica unas caricias. Silbo y vuelven a la carrera. Cuando la peregrina llega a mi altura, me disculpo y ella le resta importancia al episodio y me sonríe. Les sonríe. Mis perros jadean. Están contentos. Nos miran. Buen camino, le digo. Entonces descubre el bote de pintura detrás del tronco donde está pintada, todavía fresca, la última flecha amarilla que la ha conducido hasta mí.

domingo, 1 de enero de 2017

A pie de campo

Pasa el futbolista el dorso de la mano por debajo de la nariz e inclina la cabeza levemente a la izquierda, de un modo casi imperceptible, para escuchar mejor la pregunta. El griterío es ensordecedor. No mira directamente al informador sino que mantiene la vista perdida en algún punto indeterminado de una grada que todavía festeja el gol recién anotado. La charanga visitante, a pesar del resultado adverso, se atreve con las notas del himno del club. Brincan los jóvenes aficionados con las bufandas grisgranas al cuello, se empujan al ritmo marcado por el bombo y las trompetas. El jugador se lleva la mano al pecho, junto al escudo redondo, el índice tapando la estrella azul. Poco a poco recupera el ritmo cardíaco normal, hasta hace nada demasiado acelerado, y ya no tiene necesidad de respirar con la boca abierta. Sus compañeros y los rivales desaparecen por el túnel que conduce a los vestuarios. Trigo le da un pescozón amistoso antes de abandonar el terreno de juego. El zaguero sonríe, ahora con los brazos en jarras, igual que posaban los defensas antiguos de los cromos de cartón, y espera a que el periodista le ceda la palabra. El trío arbitral viene a continuación de los jugadores. Conversan entre ellos y uno de los asistentes juguetea con el banderín. El reportero le habla al micrófono con una pasión que poco o nada tiene que envidiar a la vivida hasta el momento sobre el césped del estadio municipal. Lleva un peto naranja de prensa con el número dieciséis.

–Hemos vivido una primera parte muy intensa, en la cual habéis resistido con mucho oficio las acometidas del cuadro local, sobre todo durante el cuarto de hora inicial. O, si me apuras, los primeros veinte minutos. Parece que el míster ha hecho un buen trabajo de pizarra a lo largo de la semana y ha tirado de vídeo porque se ha podido comprobar que traíais bien aprendida la lección y eso se ha visto en la marca especial que está teniendo esta noche Querol. No ha tocado balón. Ni lo hemos visto –intercala aquí una pequeña pausa necesaria o quizás lo único que pretende es coger carrerilla porque las palabras se atropellan las unas a las otras, tiene prisa radiofónica–. Luego os habéis estirado un poquito, a base de arreones, con alguna contra buena de Ramón por banda izquierda, incluida la del fuera de juego. Ahí el choque se ha nivelado. Lástima del penalti no señalado por derribo al propio Ramón y de esa falta de entendimiento entre Poche y Soto que ha significado el tanto local justo al final del primer período.

Acerca, acto seguido, el micrófono a los labios del futbolista con la avidez del guardia de tráfico que pone el alcoholímetro en la boca del conductor ebrio después de una decena de controles sin detectar ningún positivo. De dos decenas de controles estériles en una noche de sábado verbenero. Éste mira al periodista con cara de extrañeza, confundido o puede que perplejo, frunciendo el sobrecejo, como si no hubiese entendido nada de lo que le acaba de decir, como si estuviese a punto de soltar el consabido discurso de canterano, con la parte trasera del pantalón manchada de barro y con las medias bajadas que dejan ver unas piernas llenas de cicatrices y costurones, a punto de emitir una serie de gruñidos trufada con tópicos sin vocalizar o, mejor, sin consonantizar, porque los jóvenes futbolistas hablan como los delincuentes de arrabal, arrastrando, alargando mucho las vocales, sobre todo las es, unas es que capitalizan cada una de sus alocuciones públicas, antes de arrancar unas frases de simplicidad palomina que no han de sorprender a nadie. Sin embargo, el dorsal cuatro no responde lo que hubiese contestado cualquier otro en su lugar, palabras sabidas sobre el esfuerzo y la mala suerte, divagantes monologuitos sobre la constancia (siempre la constancia) y los minutos que todavía quedan por jugar, porque él, a diferencia de los demás, ha estado escuchando, y con atención, a su interlocutor. Entonces el central se quita el sudor de la frente con la palma de la mano derecha. Continúa mirándolo, entre sorprendido e irritado, hasta que, al final, estalla.

–Virgen santa, ¿qué se supone que te tengo que contestar después de toda esta tabarra? ¿Cuál es la maldita pregunta?

Le dedica al informador un ambiguo gesto que puede significar muchas cosas (todas malas) y sale corriendo del rectángulo de juego para reunirse en el vestuario con sus compañeros y escuchar allí las instrucciones que el entrenador les va a dar de cara a la segunda parte. El periodista radiofónico da un prudente paso hacia atrás para no ser arrollado por el defensa y devuelve la conexión a los estudios centrales de la emisora.