lunes, 26 de junio de 2017

Clark

Se deshace de la capa, se saca las botas pisando primero con la puntera los talones y se baja la cremallera del traje de licra después de quitarse los calzoncillos rojos. ¿Qué coño licra?, me suelta en un tono hasta hace nada inhabitual en él. Me disculpo tímidamente y le ruego que continúe. Como si yo no estuviera. Se pone una camisa sucia y unos pantalones viejos que ata a su cintura con un cordel. Se pimpla un cartón de vino malísimo de un supertrago, se limpia con la bocamanga el hilo de vinacho que le cae por la barbilla sin afeitar y sale de la caja de cartón donde ahora acostumbra a cambiarse después de cada aventura. Da un traspié y eructa.

¿Te crees que si fuera licra habría sobrevivido al incendio del petrolero del que vengo, subnormal?, retoma su indignación, de pronto, y vuelve a arremeter contra mí con boca pastosa. Le pido mil excusas recordándole mi calidad de reportero primerizo aunque sospecho que lo que no puede perdonarme, en realidad, es que los propietarios del Daily Planet pensaran en mí para sustituirlo cuando, hace ya cuatro meses, tomaron la decisión de ponerlo de patitas en la calle.

domingo, 18 de junio de 2017

Eolia

No encontrarás en los atlas noticia alguna de la república volandera de Eolia, sencillamente porque ésta no tiene una localización fija y sus coordenadas dependen del capricho del viento. La frontera de Eolia se desplaza de aquí para allá, de norte a sur y de este a oeste, varias veces al día, arrastrada por ventiscas y temporales, por huracanes y ventoleras, y a ella van a parar las hojas caídas de los árboles, los envoltorios de los caramelos, las bolsas de plástico y las colillas, el correo comercial dejado en los buzones y las palabras pronunciadas sin convicción y que ha de llevarse el viento. Y aquéllas que el eco jamás devolvió. Y, asimismo, los sombreros y los paraguas rotos en las tormentas. Eolia es como un cementerio de cosas inútiles y de frases y promesas susurradas a la luz de la luna que han acabado olvidándose.

En Eolia los topógrafos se desesperan ya que no hay accidentes geográficos. Y los paisajistas porque no encuentran estampa campestre que pintar donde no se distingan, como mínimo, dos o tres molinos quijotescos. Las brújulas no sirven de nada y, en su lugar, los marinos y los excursionistas, que saben de esto un rato largo, tiran de veleta, preferiblemente de las de gallo silueteado. Porque nadie precisa ir más al norte o más al sur, porque a lo que únicamente todos aspiran, en realidad, es a seguir con docilidad la dirección del viento imperante. A dejarse llevar. Los habitantes del país, de Eolia, gente por lo común liviana y de temperamento voluble, han llegado hasta allí contra su voluntad, empujada por la fuerza implacable del aire en movimiento. Se distinguen con facilidad de los turistas, además de por su peso mínimo, por tener los ojos verdes, que dicen los poetas que es el color del viento. Y por andar siempre mirando hacia arriba, hacia los tejados. Esto último obedece a su obsesiva fijación, ya señalada, a seguir la dirección marcada por las veletas que se recortan en el cielo gris.

Al visitar Eolia conviene, como precaución, llenarse los bolsillos de piedras, concluye R. la lectura y me tiende el folleto. Le brillan los ojos ante la perspectiva de unas vacaciones compartidas en el país del viento. Los tiene verdes, los ojos, como las algas, como las esmeraldas, como los de aquella gente volandera de la que acabamos de saber. Ven volando a Eolia, repito para mí el ridículo eslogan y pienso en que podían haberse esmerado un poquito más los de la agencia. Y también, qué caramba, en que podríamos permitirnos un viaje así.

Doble aventura literario-pucelana


El pasado 19 de mayo tuve la oportunidad de hacer una nueva lectura de los relatos que integran Producto interior muy bruto delante de un público numeroso y heterogéneo en la biblioteca de Villanubla. El acto estuvo organizado por las Aulas de Cultura de la Diputación de Valladolid y fue conducido por Marta Sánchez, a quien he de agradecer, públicamente y una vez más, su confianza en mis letras.

Yo lo pasé genial, como no podía ser de otro modo.

Posteriormente, se me propuso formar parte del jurado del XIII Concurso Literario Villa del Duero, dirigido al alumnado de Educación de Adultos de la Diputación de Valladolid. Una experiencia nueva para mí que acepté con gusto y curiosidad. Fue un placer formar parte de la terna, junto a Kike Parra y Carmen del Río Bravo, que evaluó las poesías, los cuentos y los microrrelatos presentados a concurso.

Lamentablemente, no pude asistir al acto de entrega de premios que tuvo lugar anteayer en San Román de Hornija. Aprovecho estas líneas para felicitar a todos los premiados en las distintas categorías y al resto de participantes por la calidad de sus trabajos.