jueves, 30 de noviembre de 2017

Pérez

Las ratas husmean el aire. Buscan, hambrientas. Asaltan la despensa y arrasan con todo. Caen, con estrépito, los platos de la alacena.

Sorprenden a los padres durmiendo. Los atacan. Los gritos desde la habitación de matrimonio se confunden con los del chiquillo, que acaba de recibir un bocado feroz en el cuello. El pequeño se incorpora del lecho y trata, en vano, de frenar la hemorragia llevándose la mano a la herida. Las sábanas se tiñen de sangre. El animal se ensaña con el niño, araña y muerde brazos y piernas, hunde el hocico en la carne blanda del abdomen, recién abierta. Desgarra músculos y órganos, avanza implacablemente buscando una salida. Los alaridos se van atenuando. Ahora son sólo gemidos. La resistencia es cada vez menos enérgica. Inexistente, al fin.

Asoma la bestia por la boca entreabierta del cadáver y consigue salir. Baja por la pata y se detiene ante algo que brilla al pie del camastro. Por pura curiosidad. Olisquea con prevención el dientecito que el niño había escondido debajo de la almohada y que, durante el forcejeo, ha caído al suelo. No le ofrece mayor interés y abandona el cuarto a la carrera.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Un antiguo poema persa

Se reunieron los consejeros que ambos hermanos designaron con el objeto de poner fin a la guerra, una contienda por el control del reino que se había prolongado durante demasiados años y que ya había costado demasiadas vidas. Según cuenta el antiguo poema persa, lo hicieron en el salón principal del palacio del noble Ferdusí, quien desde el principio se mostró neutral en el conflicto sucesorio derivado del repentino fallecimiento del rajah. Tras disfrutar del banquete ofrecido por su anfitrión, entraron por la derecha los enviados del hermano mayor y tomaron asiento, todavía con las copas en la mano, en lujosas sillas colocadas formando una media luna. Lo propio, si bien accediendo a la gran sala desde la izquierda, hicieron los sabios escogidos por el menor, enfrentados a los primeros en unas sillas idénticas y dispuestas del mismo modo a unos pocos metros de distancia. Los criados acudían solícitos y llenaban de vino las copas a una simple señal de los invitados a la conferencia.

Quisieron los unos y los otros convencer a sus interlocutores de la superioridad de sus ejércitos con miras a sellar la capitulación enemiga y, para ello, fueron dejando en el suelo escaqueado unas figuritas que representaban a los dos reyes, a sus respectivos generales, a los elefantes y a los carros y también a los caballeros encima de sus monturas. Lucían magníficas las estatuillas, colocadas en los cuadros de teca y marfil sobre los que se movían los consejeros para reproducir, en el centro del salón, la ubicación de las tropas de los enemistados hermanos. Para una mejor comprensión de la dimensión real de la contienda fueron, por común acuerdo y copa en ristre, simplificando efectivos en la medida de lo posible y retirando infantes, de aquí y de allá, y generales y elefantes de los dos ejércitos, de forma equitativa, hasta reducir la guerra a un espacio acotado de ocho por ocho cuadros.

Dicen unos de los versos cuyo estudio más polémica ha generado entre los especialistas que, sorprendidos, los consejeros no pudieron evitar sonreír al comprobar que las fuerzas de ambos hermanos habían quedado completamente niveladas. Algo insospechado y sorprendente, habida cuenta de los primeros tres años triunfales de las tropas del hermano mayor y el avance del menor hasta tomar la capital del sur durante la última campaña de invierno. Se miraban incrédulos y achispados y pedían más vino. Uno canturreaba “de infante a infante, ¡siempre adelante!” y exhibía impúdicamente su boca desdentada mientras los más juiciosos, cuenta el poeta persa, continuaban reproduciendo la guerra sobre el improvisado tablero y las maniobras de los carros y de los generales sobre las casillas de teca y marfil. Y, de este modo, asignaron al elefante el movimiento de tres escaques hacia adelante y convinieron en que el de los infantes fuera menos ambicioso. Los más viejos, cansados por lo mucho que se estaba prolongando una reunión que no tenía visos de resolver el problema en un plazo corto de tiempo, se retiraron a un rincón a jugar un rato a los dados, a ver si así se les aclaraban, entre tanto, un poco las ideas. “El caballero va al centro del tablero”, acompañaba otro la cancioncilla ebria de aquél y, de pronto, se tambaleaba, tropezaba y dejaba escapar una risotada por culpa del vino que tan generosamente escanciaban los criados de Ferdusí.

El encuentro se prolongó, sin que podamos aventurar a qué conclusión se llegó, a lo largo de toda la noche y también durante los cinco días siguientes. Días sin descanso de estudio de los avances y de las casillas. De uno hacia delante, de dos hacia atrás. Y, asimismo, de dados y de vino. De general, de carro y de elefante, avanzas tres, y de infante, ¡siempre adelante!

Y éste y no otro sería, según la teoría más ampliamente extendida, el origen legendario del juego de la oca.

(Cuento originalmente publicado en Capakhine : revista para niños ajedrecistas y sus padres, nº 9, abril-mayo 2017, págs. 54-55)